El Boletín Bibliográfico de la SHCP

POR ADOLFO CASTAÑÓN

“… el olor de los libros santifica la maledicencia.”
Anónimo, “Las tertulias”

Para el niño que fue Adolfo Castañón Morán, la Biblioteca de Hacienda y el Boletín Bibliográfico (periódico de grandes dimensiones: 34 x 46.5 cm.), representaron espacios vivientes, indiscernibles de su educación y formación personal. Como su padre, el Lic. Jesús Castañón Rodríguez (1916-1991), se desempeñaba como “responsable” de dicho Boletín, desde 1954 en unas oficinas anexas al depósito de la Biblioteca y como casi todos sus colaboradores, ayudantes y superiores eran sus amigos las imágenes del padre, el Boletín y la Biblioteca como que se encontraban fundidas, trabadas en irreductible identidad.

Don Raúl Noriega Ondovilla, (1907-1975), el Director técnico, era un hombre pulcro, de mediana estatura, ojos azules, pelo blanco y con la mirada luminosa y sonriente. A él rara vez recuerda haberlo visto Castañón Morán en la Secretaría de Hacienda. En cambio, lo iba a visitar en compañía de su padre a su amplia casa en la calle de Camelia en la Colonia Florida, algunos fines de semana y todas los fines de año: en su casa había una réplica de buen tamaño del Calendario Azteca o Piedra del Sol que él estudiaba, una amplia biblioteca donde se reunían algunos de los colaboradores del Boletín como Andrés Henestrosa, Arturo Arnáiz y Freg, Ralph Roeder. A otros colaboradores el niño que fue Adolfo se los encontraba en el despacho que tenía el Lic. Jesús Castañón en el centro, en Gante 15, número 402: Augusto Hernández Arreola, Moisés González Navarro, Ernesto de la Torre Villar, René Avilés, Francisco Liguori, Xavier Taver Alfaro, entre otros, discutían apasionadamente sobre temas de política e historia mexicana, cantaban e improvisaban y seguían discutiendo, como si estuviesen vivas las ideas de Francisco Zarco, Luis de la Rosa, José María Luis Mora, Miguel Lerdo de Tejada, Ignacio Manuel Altamirano… Otros nombres ausentes sonaban en el aire: Antonio Caso, Samuel Ramos, Daniel Cosío Villegas. Y es que ese puñado de estudiosos de la historia mexicana que se congregaba en torno a el Boletín Bibliográfico no estaba solo: formaba parte de una generación mexicana –la nacida a lo largo de la dos o tres primeras décadas del siglo– a la que le había tocado vivir el proceso de los últimos años de la Revolución, la creación de instituciones, el conflicto religioso, la “cristiada”, conocida así gracias al libro de Jean Meyer, la ardua institucionalización, la Segunda Guerra Mundial, la consolidación del cardenismo, y todos los ismos sexenales que siguieron. Al igual que la generación de 1915 –compuesta por Manuel Gómez Morín y Daniel Cosío Villegas, entre otros– a éstas le era particularmente sensible la soledad y la fragilidad de ese proyecto de país llamado México. El Boletín Bibliográfico se inició durante la gestión presidencial de esa eminencia gris llamada Adolfo Ruiz Cortines, uno de los presidentes mexicanos cuya acción a largo plazo en diversos campos está aún por ser reconocida y a quien se ve retratado en compañía de su gabinete en el número 6 del Boletín, con motivo de la inauguración de la VI Feria del libro mexicano, marco en el cual fue lanzado el Boletín.

Las efemérides mexicanas y en particular republicanas tuvieron en el Boletín Bibliográfico y en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada de la Secretaría de Hacienda un eje y un punto de apoyo: la conmemoración de la constitución de 1857, la instalación del recinto de Homenaje a Benito Juárez dentro del Palacio Nacional, la conmemoración de la invasión francesa de la batalla del 5 de mayo y del fusilamiento de Maximiliano. Todas estas fechas se presentaron ante los ojos de ese niño, hijo de un historiador, como fiestas cuya médula eran los preparativos mismos.

 

II

Entre las anécdotas que recuerdo en relación con aquella época, registro una: Margarita Josefina Castañón Morán, mi hermana y yo íbamos a pasar cuanto día feriado o vacación teníamos al Centro, ya sea para acompañar a mi madre, Estela Morán, a su consultorio de dentista en una clínica de la SEP en la calle de Guatemala o a mi padre a Palacio Nacional, donde alguna vez  me extrañó encontrar entre los numerosos autos oficiales un convertible deportivo europeo. Obviamente preferíamos acompañar a mi padre, y entrar a Palacio donde saludábamos a los soldados casi por su nombre y teníamos la sensación de que todo mundo nos conocía. La administradora del Boletín, la señorita Ana Luisa Meyer Díaz –quien por cierto escribió para el Boletín una serie de artículos sobre la historia de las ferias del libro en México– era para nosotros “Anita”, un hada madrina que nos permitía acompañarla al depósito de los libros y recorrer con ella los corredores inhóspitos como tiros de mina. Con el tiempo, mi hermana y yo tomamos confianza, y Anita nos llevaba a ese almacén y nos dejaba ahí instalados en algún rincón en el fondo de la biblioteca viendo libros y revistas.

Un día, mientras estábamos leyendo revistas antiguas, se apagó la luz y la oscuridad más densa nos envolvió. Nos asustamos mucho y mi hermana empezó a llorar diciendo desconsolada que ahí nos íbamos a quedar para siempre. Yo tuve una idea. Había observado que las altas estanterías metálicas de la biblioteca estaban provistas de escaleras corredizas que podrían desplegarse desde el fondo hasta la entrada. Si nos apoyábamos en las escaleras encontraríamos la salida: así lo hicimos, no sin dificultades, pues el piso estaba sembrado de libros y papeles, y la escalera no corría, teníamos que desplazar en la oscuridad los papeles mientras oíamos los ruidos y chillidos de las ratas que eran las habitantes habituales de aquel lugar. Primero llegamos hasta el fondo de la biblioteca y luego, desde ahí, con ánimos redoblados alcanzamos con muchos esfuerzos la entrada que reconocimos a lo lejos por la raya de luz que enmarcaba la puerta de entrada y que poco a poco se fue agrandando. Cuando por fin llegamos a la puerta empezamos a golpearla y a gritar pero en un primer momento no obtuvimos respuesta. Al final, oímos la voz de un vigilante quien nos pidió calma y nos dijo que iría a buscar ayuda. Al fin, llegó alguien capaz de abrir la puerta, acompañado de mi asustado padre quien, como todos los empleados del Palacio Nacional, se había visto acarreado hasta el Zócalo para saludar al presidente yugoslavo Josef Broz Tito, quien hacía una visita de Estado (1963). Luego de ese episodio, a los diez años, supe que yo nunca me perdería en una biblioteca y que compartía con la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada el secreto de una aventura que me había llevado a conocer, a oscuras, sus entrañas.

 

III

 

El Boletín Bibliográfico de la Secretaría de Hacienda fue fundado en el marco de la 6ta Feria del Libro Mexicano que estuvo situada en la calle de Héroes, en el lugar más conocido como Plaza de Indianilla, hoy sede de juzgados y tribunales en la Colonia de los Doctores. Su primer número apareció el sábado 20 de noviembre de 1954. Se publicó en forma anónima por el departamento de Bibliotecas de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público siendo Oficial Mayor de la Secretaría de Hacienda el Lic. Raúl Noriega y editor responsable el Lic. Jesús Castañón Rodríguez. Durante esa fecha se publican 25 números diarios y a partir del 26 la publicación tendría una periodicidad mensual. A partir del número 50 de su primera época aparece el siguiente directorio del Boletín, “Órgano del Departamento de Bibliotecas y Archivos Económicos de la Dirección General de Prensa y Redacción de la Memoria”: Director Técnico, Lic. Raúl Noriega, Director Lic. Manuel J. Sierra, Responsable Lic. Jesús Castañón Rodríguez, Colaboradores permanentes Sr. Román Beltrán Martínez, Jefe del Departamento de bibliotecas y archivos económicos; Lic. Moisés González Navarro, Subjefe del Departamento de bibliotecas y archivos económicos; Lic. José Miguel Quintana, Lic. Renato Molina Enríquez, Dr. Manuel Carrera Stampa y Lic. Ernesto de la Torre Villar. Dibujante, Carlos Pérez de León, Administración: Srta. Ana Luisa Meyer Díaz.

Con motivo del primer aniversario de la publicación del Boletín Bibliográfico el Lic. Jesús Castañón Rodríguez (secretario responsable de redacción), hizo una breve historia y expresó algunas de las líneas editoriales que rigieron la publicación:

Balance del Boletín Bibliográfico

El pasado día primero, con el número 70 y con su plana central dedicada a J. Guadalupe Posada, cumplió su segundo aniversario el Boletín Bibliográfico  de esta Secretaría de Hacienda, que empezó a publicarse el 20 de noviembre de 1954, con motivo de la “VI Feria Mexicana del Libro”.

Se pensó entonces que su vida estaría limitada a la duración de ese acontecimiento, o sean 26 números. En ese lapso se publicaron dos ensayos de bibliografía, una referente al Plan de Ayutla y la Reforma, y la otra de Geografía de México.

En esos 26 números se publicaron las biografías e iconografías de los Secretarios de Hacienda, desde la Independencia hasta nuestros días. También se publicaron 26 notas de historia económica, bajo el rubro de “Fichas para la Historia Económica de México”, con documentos provenientes del Archivo Histórico de Hacienda. Notas sobre libros básicos para el estudio de la economía de nuestro país, escritos por autores mexicanos. Una serie de notas sobre las revistas económicas que se ha publicado en México a partir del siglo pasado.

Las principales bibliotecas oficiales del Distrito Federal fueron objeto de estudios y se publicó una breve historia de cada una de ellas.

La organización fiscal en México fue dada a conocer por medio de unos estudios que proporcionara gentilmente el Sr. Lic. Hugo B. Margáin. Se informó al público sobre nuestro tesoro bibliográfico en la sección denominada “un libro raro”, y se procuró volver a publicar algunos trabajos de escritores mexicanos del siglo pasado, que por innumerables razones habían permanecido en la obscuridad o al margen de las reediciones.

Se publicó un “Tratado de paleografía” del que es autor el Sr. Román Beltrán Martínez, Jefe del Departamento de Bibliotecas y Archivos Económicos de esta Secretaría; Tratado que hasta la fecha se encontraba inédito.

Esto es lo que puede considerarse como los artículos principales de nuestro Boletín independientemente de que aparecieron notas sobre materias diversas.

Al terminar la feria, en el último número, o sea el correspondiente al 15 de diciembre, se publicó un suplemento dedicado al Pensador Mexicano que se había tenido como símbolo de ella; en dicho suplementos  se republicó su biografía debida a la puma de Pedro Enríquez Ureña, en el Testamento del Pensador Mexicano, y un manifiesto publicado en 1821 por el propio Pensador, “A las valientes tropas mexicanas”, los folletos de los que se tomaron dichos documentos pertenecen al acervo de nuestras bibliotecas.

Dado el éxito que obtuviera la publicación, esta continuó y así apareció el número 27 el día 15 de enero de 1955 iniciándose con la bibliografía de Joaquín Fernández de Lizardi, con unas fábulas debidas a la pluma del Pensador.

De entonces a la fecha el Boletín ha continuado apareciendo quincenalmente, y entre las más importantes aportaciones se encuentran las bibliografías publicadas, que alcanzan un total de 17, entre las que cabe hacer resaltar por su importancia como aportación a la cultura mexicana, las siguientes:

  1. Bibliografía de don Benito Juárez, primera y segundas partes, de la que es autor el señor Román Beltrán Martínez;

  2. Bibliografía de Paleoantropología de México por el doctor Manuel Carrera Stampa.

  3. Ensayos de Bibliografía Espeleológica Mexicana, por el doctor Manuel Carrera Stampa.

  4. Bibliografía de Manuel Toussaint, por el doctor Manuel Carrera Stampa.

  5. Bibliografía sobre Esteban de Antuñano, de José Miguel Quintana.

  6. Bibliografía de don Antonio Caso, como un hombre en el 10° aniversario de su muerte, por el licenciado Jesús Castañón Rodríguez.

 

Las bibliografías publicadas hasta la fecha, suman cerca de 6,000 fichas.

A partir del 1° de marzo se abrió una sección denominada “Conciencia de México” en la que se ha procurado revalorizar o buscar nuevos ángulos de aquellos hombres que con su esfuerzo personal, con las armas, con la pluma o el pensamiento, han contribuido a la estructura de la conciencia nacional enfocando principalmente a los extraordinarios dirigentes de la Reforma; en una palabra, se puede decir que se siguió en todo, la trayectoria trazada en los primeros 26 números.

El día 15 de enero de 1956 y teniendo en cuenta que en este año se cumple un centenario del Constituyente de 1856-57 que diera como fuente magnífica la Constitución Liberal que rigiera al país teóricamente, durante 60 años, se inició la publicación de las biografías e iconografías del Congreso Constituyente y se ha insistido sobre el tema de la Reforma desde todos los ángulos posibles en todos y cada uno de los números que se han publicado.

Se han reeditado 2 pequeños libros: “La Breve Noticia De los Novelistas Mexicanos en el Siglo XIX”, de Luis González Obregón que se enriqueció con las fotografías de 27 de los novelistas que se citan en la obra, esta iconografía no está incluida en ninguna de las ediciones del mencionado libro: “Del Álbum de Mi Madre” del que es autor el Arquitecto Carlos Obregón Santacilia.

Se ha procurado dar a conocer a los valores de la provincia, en la medida que ello nos ha sido posible.

A la fecha se llevan publicados más o menos, 3,500 títulos sobre diferentes temas.

A iniciativa del C. Oficial Mayor de la Secretaría, licenciado Raúl Noriega y del C. Director de Prensa licenciado Manuel J. Sierra, el Boletín Bibliográfico se distribuye a todo el Servicio Exterior Mexicano con el objeto de que el material sea utilizado por los agregados culturales en sus notas informativas sobre el país; por último, se distribuye a centros de cultura, periódicos y radiodifusoras nacionales que utilizan el material sin más limitación que citar la fuente de que proviene.

           Muchos de los periódicos de provincia utilizan y reproducen nuestro material. Las instituciones culturales de los Estados Unidos de Norteamérica y algunas europeas se han expresado en elogiosos términos de esta publicación que consideran como una de las mejores en su género en el país, prueba de lo anterior es la correspondencia que obra en la Oficialía Mayor y en la Dirección General de Prensa de esta Secretaría.

Aprovechamos la oportunidad para dar las gracias, en primer término a nuestros colaboradores que desinteresadamente y con gran cariño han trabajado durante 2 años. Así mismo agradecemos cumplidamente a nuestros suscriptores y lectores la acogida que ha  dado a esta publicación; el esfuerzo conjunto de todos la ha hecho posible.

 

(Boletín Bibliográfico, núm. 71, Martes 26 de noviembre de 1956, México, D. F., pp. 1 y 5.)

 

IV

El BBH publicó más de 400 números que se dividen en dos épocas. Una primera dirigida por el mencionado Lic. Raúl Noriega y por hijo de don Justo Sierra, el ilustre jurista y embajador don Manuel J. Sierra (1882-1970), quien dirigirá también la segunda junto con José Camacho Morales, bajo la responsabilidad de Carlos J. Sierra.

Esta publicación se dedicó a ser bibliografías y recensiones, reseñas, notas y comentarios de los libros mexicanos, pasando desde el examen de algunos códices prehispánicos y las publicaciones del Virreinato hasta los impresos del siglo XIX y el XX. El Boletín es en verdad una feria o un tren de fuentes para la historia y la historiografía mexicanas e hispanoamericanas. De ahí que aunque hayan pasado muchos años y mucho agua haya corrido bajo los puentes no haya perdido su interés y su vigencia. Sus números monográficos sobre Benito Juárez, José María Morelos, la Intervención Francesa, Francisco I. Madero, Ricardo Flores Magón, entre muchos otros, son muy apreciados entre los bibliófilos y estudiosos de la cultura y las letras mexicanas. Tenía una sección de “Bibliotecas mexicanas” que iba haciendo la semblanza –pues una biblioteca es como una persona– de cada uno de los diversos acervos nacionales: la del Congreso de la Unión, la del Banco de México, la de la Suprema Corte de Justicia, la de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, la de la Secretaría de Agricultura y Ganadería, la de la Secretaría de Gobernación, la de la Secretaría de Relaciones Exteriores, de del Ejercito, la de la Secretaría de Economía, la de la Dirección General de Estadística, la Palafoxiana de Puebla, las Bibliotecas de Eguiara y Eguren y Beristain, la del Colegio de San Idelfonso; o apuntes sobre “Cómo se formó la Biblioteca Nacional de México” o noticias sobre la Biblioteca del historiador José Fernando Ramírez, entre otros temas. Otra sección ofrecía semblanzas e iconografías de los secretarios de Hacienda “desde la Independencia hasta nuestros días”. Además contaba con las secciones “Espejo de libros”, “Mundi-libros”, “Reseña de libros extranjeros” (a cargo de Irene Nicholson revisando libros en inglés, francés y alemán). Poco a poco ese Boletín que sólo iba a durar 26 días prolongó su existencia durante muchos años y, sin descuidar la atención hacia los temas económicos, fue ampliando sus horizontes hasta transformarse en una mina de noticias para la historiografía y la bibliofilia mexicanas e hispanoamericanas, como lo muestra por ejemplo el hecho de que sus noticias hayan servido para alimentar en parte la Enciclopedia de México editada por José Rogelio Álvarez.

En orden alfabético algunos de sus colaboradores fueron: Arturo Arnáiz y Freg, Salvador Azuela, Oscar Castañeda Batres, Ana Rosa Carreón, Manuel Carrera Stampa, Horacio Espinosa Altamirano, Susana Francis, Andrés Henestrosa, Roberto Heredia, Domingo Martínez Paredes, Renato Molina Enríquez, Alberto Morales Jiménez, Irene Nocholson, Antonio Luna Arroyo, José Miguel Quintana, Ralph Roeder, José Rojas Garcidueñas,  Xavier Tavera Alfaro, Gutiérre Tibón, Ernesto de la Torre Villar, Rafael Heliodoro Valle, Fausto Vega, Fanny Rabel, Alfonso Reyes, Marcela de Río, entre los vivos dieron a sus páginas consistencia; y entre los extranjeros ocasionalmente traducidos Marcel Brion y Hubert Juin. También se publicarían textos de autores fallecidos Federico Gamboa, Luis González Obregón, Amado Nervo, José Juan Tablada; entrevistas con escritores como Elías Nandino, Carlos Pellicer, Luis Alberto Sánchez, o bien documentos valiosos para la historia del libro en México como, por ejemplo, las reproducciones facsimilares de los primeros contratos celebrados en Alemania por el impresor novohispano Juan Pablos o el artículo “La novela de las estampillas” escrito por Manuel Carrera Stampa en el Centenario de la Primera Estampilla Postal mexicana. Una red de amigos libreros custodiaba a esos amigos del libro: los Porrúa, Manuel y Rafael, y los libreros de viejo como Ubaldo López, don Amado Velez, el Lic. Álvarez, don Fernando Rodríguez, los Bonilla, los hermanos Zaplana, don Fernando Villanueva, entre muchos otros, que además se podría uno encontrar los domingos en el mercado de libros de la Lagunilla.

A lo largo de los diversos números del Boletín está presente la cultura del libro con temas como los libros raros, los libros de apuntes, las tertulias, los libros viejos, los aditamentos del libro, el arte de la lectura, las erratas, los bibliopiratas, el libro roto, los incunables, los ex libris mexicanos, la tipografía y la muerte, los insectos y los libros, El Philobiblión –título de la obra clásica que se publicó integra por entregas–, entre otros muchos.

Bajo la presidencia de Adolfo Ruiz Cortines y luego de Adolfo López Mateos y siendo secretarios de Hacienda Antonio Ortiz Mena y luego Antonio Carrillo Flores, el Boletín Bibliográfico llegó a ser una verdadera enciclopedia mexicana a través de su acucioso trabajo bibliográfico y hemerográfico respaldado por el vasto acervo de la biblioteca Miguel Lerdo de Tejada situada, entonces, en un anexo del Palacio Nacional. La memoria mexicana en la celebración del Bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución Mexicana no sabría prescindir de este valiosísimo instrumento.

 

V

Los primeros números se publicarán diario durante 26 días en el marco de la VI Feria del libro mexicano. Su animador principal fue el Lic. Raúl Noriega, quien había sido director de El periódico El Nacional y ahora estaba rodeado de un equipo de entonces jóvenes entusiastas como Carlos J. Sierra, el historiador hondureño Oscar Castañeda, el historiador Ernesto de la Torre Villar, el xalapeño Xavier Tavera Alfaro, René Avilés (padre del escritor R. Avilés Fabila), Moisés González Navarro, Jesús Castañón Rodríguez, quienes a su vez eran alentados por escritores de mayor edad como Andrés Henestrosa, Gabriel Saldívar, Arturo Arnáiz y Freg, José Miguel Quintana. Colaboraban también extranjeros reseñando libros sobre México como la periodista inglesa Irene Nicholson o el historiador Ralph Roeder, autor de las biografías monumentales de Benito Juárez y su México (1947, traducida por él mismo al español en 1952), el libro póstumo sobre Porfirio Díaz y del gran libro sobre el hombre del Renacimiento: The Man of the Renaices, Four Laugivers: Savonarola, Machiavelli, Castiglioni, Aretino (1933).

El proyecto del Boletín Bibliográfico surgió para definir y consolidar el riquísimo acervo que la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada había venido acumulado a lo largo de las décadas con fondos provenientes originalmente de los acervos de los conventos y de los embargos a grandes propietarios.

El Boletín –como decían familiarmente sus colaboradores– no fue un hecho aislado. Alrededor, germinaban, se desarrollaban o prosperaban otras empresas culturales relacionadas con la conservación y cuidado de la memoria mexicana como la revista Historia Mexicana, La historia moderna de México en El Colegio de México, iniciada por don Daniel Cosío Villegas, el Boletín de la sociedad de geografía y estadística, la fundación de la Escuela Nacional de Economía o la instauración de los institutos de Investigaciones Históricas o de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

El Boletín Bibliográfico traía en su nombre su destino: quería ser una publicación especializada de rescate y salvación de los documentos impresos y de los autores de esos documentos desde la época prehispánica, la virreinal, el siglo XIX y el XX. Era una publicación ante todo abierta a la investigación y dedicada a alentarla en todos los órdenes de la historia y la historiografía: desde la política hasta la historia del arte, pasando por la de la vida cotidiana, la moda, la pintura, la cocina y, por supuesto, la literatura. Pero acaso el momento preferido de los redactores y escritores de la publicación haya sido el siglo XIX y las figuras señeras de los maestros de aquella época empezando por Carlos de Singüenza y Góngora, Joaquín Fernández de Lizardi,  José T. Cuéllar, El Gallo Pitagórico, Guillermo Prieto, los novelistas mexicanos del siglo XIX, Benito Juárez, Juan A. Mateos, Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Gutiérrez Nájera, Francisco Sosa, Ángel de Campo, “Micrós”, Rafael Delgado, Manuel Orozco y Berra, Beristain y Souza y más cerca de nosotros, Ricardo Flores Magón, Francisco I. Madero, Antonio Caso, José Vasconcelos, Manuel Toussaint, Adolfo Menéndez Samará, Alberto María Carreño, el periodismo en la Revolución Mexicana, los libros de Alfonso Reyes en la Biblioteca de Hacienda o bien sobre temas como la geografía de México o la Constitución de 1917, El café en México, las “Fichas para una Bibliografía espeleológica mexicana” o la Deuda Exterior. Además se publicaron por entregas libros enteros como el ya mencionado Philobiblión o la apasionante correspondencia sostenida entre el ilustre bibliófilo michoacano Nicolás León y el sacerdote y humanista Ignacio Montes de Oca, por sólo dar un ejemplo.

De sus curiosas y pintorescas ilustraciones mexicanas o extranjeras, surge el sentimiento o intuición de que, para sus redactores y amigos la historia no era un accidente ni una fantasía sino una suerte de militancia que requería una actitud exigente y curiosa, un atento talante abierto a las trayectorias de las circunstancias regionales, aunado todo ello a una voluntad colectiva de sistematización de la memoria, organización, modernización y fe en el presente porvenir de la mónada o entelequia llamada México, vista y entrevista a la luz de las ideas en el mundo y del mundo de las ideas, en el mundo de la información y la memoria histórica nacionales. La historia era concebida por este puñado de lectores e investigadores no sólo como una hazaña sino como una suerte de deber filial hacia el pasado y hacia el porvenir.